Una sonrisa que se apaga y la sociedad sigue mirando fuera



Un artículo de EL REDACTOR.-

Introducción: una niña, una azotea y un silencio que grita

Era martes. Una tarde cualquiera de octubre en Sevilla. Sandra Peña, de 14 años, volvió a casa del colegio como tantas veces. Pero esa vez, algo en su interior ya no aguantaba más. Subió a la azotea del edificio donde vivía, a escasos metros del centro escolar que había sido testigo de su sufrimiento diario, y se lanzó al vacío. No hubo grito, no hubo despedida escrita. Solo el silencio de una adolescente que, tras meses —quizás años— de insultos, burlas y desprecios, decidió que ya no podía seguir.


Sandra era, según quienes la conocían, una niña alegre, risueña, apasionada del Betis, con una sonrisa que iluminaba cualquier rincón. “Siempre con un abrazo”, dice su tío Isaac Villar, roto por el dolor. Nadie, fuera de su círculo más íntimo, imaginaba el infierno que vivía entre los pasillos del Colegio Irlandesas de Loreto, un centro concertado en el corazón de la ciudad. Nadie, excepto su familia… y quizás algunos profesores que prefirieron mirar hacia otro lado.

Este no es solo el relato del suicidio de una menor. Es el retrato de un sistema educativo que falló, de protocolos que existen solo en el papel, de denuncias ignoradas y de una cultura del silencio que permite que el acoso escolar siga cobrándose vidas. Es también un llamado urgente a la responsabilidad colectiva: de los centros educativos, de las administraciones, de los padres, de los compañeros… y de toda una sociedad que normaliza el sufrimiento ajeno mientras se dice “son cosas de niños”.


Capítulo 1: Quién era Sandra

Sandra Peña no era una estadística. Era una adolescente con sueños, con aficiones, con una personalidad que muchos describen como “maravillosa”. Le encantaba el fútbol, especialmente el Real Betis Balompié, cuyos colores llevaba con orgullo. Disfrutaba de las tardes con sus amigas, de las series en familia, de los helados de verano. En casa, era cariñosa, atenta, sensible.

Pero en el colegio, todo cambiaba.

Desde hacía meses —algunos dicen que desde el curso anterior—, Sandra era víctima de un acoso sistemático por parte de un grupo de compañeras. No eran simples bromas. Eran insultos constantes, burlas humillantes, desprecios públicos, y una exclusión social tan cruel que la fue aislando poco a poco. Según testimonios recogidos por medios como Diario de Sevilla e Informativos Telecinco, las agresiones verbales y psicológicas eran tan frecuentes que Sandra comenzó a mostrar signos claros de angustia: ansiedad, insomnio, pérdida de apetito, rechazo a ir al colegio.

Este verano, la familia decidió buscar ayuda profesional. Sandra comenzó a recibir terapia psicológica, y los informes médicos que se generaron en ese proceso confirmaban lo que ya todos intuían: sufría un trastorno adaptativo con síntomas depresivos severos, directamente vinculado al acoso escolar.

Con ese diagnóstico en mano, la familia acudió al colegio al inicio del nuevo curso. No era la primera vez. Ya el año anterior habían denunciado la situación. Pero entonces, como ahora, no hubo respuesta.


Capítulo 2: Dos denuncias, cero actuación

La madre de Sandra no se quedó de brazos cruzados. Preocupada por el deterioro emocional de su hija, se dirigió en dos ocasiones a la dirección del Colegio Irlandesas de Loreto para alertar sobre el acoso. La primera vez fue durante el curso 2023-2024. La segunda, apenas unas semanas antes del trágico desenlace, ya con el informe psicológico en mano.

En ambas ocasiones, según relata su tío Isaac Villar, el centro no activó ninguno de los protocolos obligatorios: ni el de acoso escolar, ni el de conductas autolíticas (es decir, de riesgo de suicidio). La única medida que tomaron, al comienzo de este curso, fue separar a Sandra de sus acosadoras en el aula. Pero seguían compartiendo pasillos, recreos, comedor y algunas clases comunes. El acoso, lejos de cesar, continuó en los márgenes del control adulto.

“El colegio no activó en ningún momento el protocolo. No han hecho absolutamente nada”, denuncia Villar, visiblemente indignado. “Y lo más grave: nunca nos comunicaron que hubieran tomado alguna medida, ni siquiera para tranquilizarnos. Nos sentimos ignorados, invisibles”.

Este silencio institucional es lo que más duele a la familia. No solo que no actuaron, sino que negaron la realidad. Como si el sufrimiento de Sandra no mereciera ser tomado en serio.


Capítulo 3: Los protocolos que existen… solo en el papel

En España, y especialmente en Andalucía, existe un marco normativo robusto para prevenir y actuar frente al acoso escolar. El Decreto 31/2023, de la Junta de Andalucía, establece de forma clara y obligatoria los protocolos de actuación ante situaciones de acoso escolar y conductas autolíticas. Estos protocolos deben ser conocidos por toda la comunidad educativa, y su activación es inmediata ante cualquier indicio de riesgo.

Entre otras cosas, el protocolo exige:

  • La designación de un coordinador de bienestar emocional en cada centro.
  • La realización de una evaluación inmediata de la situación tras una denuncia.
  • La notificación a la familia y a los servicios de inspección educativa.
  • La intervención psicológica y pedagógica tanto para la víctima como para los agresores.
  • La coordinación con servicios sociales y sanitarios si hay riesgo de autolesión o suicidio.

Sin embargo, en el caso de Sandra, ninguno de estos pasos se dio. A pesar de las denuncias formales y del informe médico, el centro no documentó la situación, no evaluó el riesgo, no intervino, y no informó a nadie.

Este viernes, tras una inspección urgente, la Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional confirmó lo que la familia ya sabía: el protocolo no se activó. Y no solo eso: ha decidido llevar toda la documentación ante la Fiscalía y abrir un expediente administrativo para depurar responsabilidades.

“Es inadmisible que, ante una situación de riesgo vital, un centro educativo no active los mecanismos de protección obligatorios”, declaró un portavoz de la Junta. “La vida de una menor estaba en juego, y no se hizo nada”.


Capítulo 4: La cultura del “no pasa nada”

El caso de Sandra no es aislado. En los últimos años, España ha registrado un aumento alarmante de casos de acoso escolar, especialmente en la etapa de secundaria. Según el último informe del Defensor del Pueblo (2024), uno de cada cinco estudiantes ha sufrido algún tipo de acoso, ya sea presencial o cibernético (cyberbullying).

Pero más preocupante que la cifra es la normalización del problema. Muchos centros, consciente o inconscientemente, minimizan los hechos: “son peleas de niños”, “se llevarán mal, pero no es para tanto”, “no hay pruebas claras”. Esta actitud, conocida como negación institucional, es una de las principales causas por las que las víctimas no denuncian… o, cuando lo hacen, no son creídas.

El psicólogo infantil Javier Urra, uno de los mayores expertos en violencia juvenil en España, lo dejó claro en RNE:

“Es un error que un colegio diga que no les acontece un hecho como el acoso escolar o el cyberbullying. Ridiculizar a un niño no sale gratis”.

Urra explica que el acosador suele ser alguien con baja autoestima, que busca poder sobre otros para sentirse importante. Y el grupo, por miedo a convertirse en víctima, se alía con el agresor. “Como tantas veces en la vida adulta”, añade, “el silencio cómplice es tan dañino como la agresión directa”.

En este contexto, el rol del profesorado es clave. No basta con enseñar matemáticas o lengua; hay que educar en empatía, en respeto, en valentía moral

. “Como profesional de la educación, hay que ser valiente”, insiste Urra. “A veces es duro enfrentarse con los padres de los agresores, pero lo justo es ponerse del lado de la víctima”.


Capítulo 5: La respuesta institucional… demasiado tarde

Tras la muerte de Sandra, las instituciones han reaccionado, aunque con el sabor amargo de la tardía justicia.

  • La Junta de Andalucía ha abierto un expediente sancionador y remitido el caso a la Fiscalía.
  • El Defensor del Pueblo Andaluz, Jesús Maeztu, ha iniciado una investigación de oficio y se ha reunido con defensores de otras comunidades para analizar fallos sistémicos.
  • Un equipo de expertos en bienestar emocional ha sido enviado al colegio para apoyar al alumnado y al profesorado.
  • La familia ha anunciado que emprenderá acciones legales contra las presuntas acosadoras y contra el centro.

Maeztu ha sido contundente:

“Alarma que se haya denunciado dos, tres veces y no se haya activado el protocolo. Hay que comprobar por qué no funciona”.

Pero mientras las investigaciones avanzan, la pregunta sigue ahí: ¿por qué no se actuó antes? ¿Por qué se necesitó una tragedia para que las alarmas sonaran?


Capítulo 6: La rabia de la comunidad

En los alrededores del Colegio Irlandesas de Loreto, la indignación es palpable. Padres, vecinos y antiguos alumnos han expresado su dolor y su furia. En la fachada del centro, han aparecido pintadas con mensajes como:

  • “Cómplices”
  • “Asesinos”
  • “Siempre estarás en nuestros corazones, Sandra”

Algunos padres han confesado que sus hijos también han sufrido acoso en el mismo centro. Una mujer, que prefiere el anonimato, relata que sus nietas le han hablado de un ambiente de “competitividad tóxica”, alimentado incluso por el propio colegio, que generaba ansiedad y miedo al fracaso.

Esto sugiere que el problema de Sandra no era individual, sino estructural. Un sistema que premia la perfección, castiga la diferencia y tolera la crueldad bajo el velo de la disciplina.


Capítulo 7: ¿Qué se puede hacer? Recursos y prevención

Ante casos como el de Sandra, es fácil caer en la desesperanza. Pero hay caminos. La prevención es posible, y existen recursos gratuitos y confidenciales para quienes atraviesan una crisis:

  • Línea 024: Atención 24 horas a conductas suicidas (gratuita y anónima).
  • Teléfono de la Esperanza: 717 003 717.
  • Asociación Barandilla: 911 385 385 (especializada en prevención del suicidio).
  • Teléfono de Prevención del Suicidio: 900 925 555.
  • Fundación ANAR: 900 20 20 10 (ayuda a menores en riesgo).
  • Emergencias: 112 (SAMUR, SUMMA, etc.).

Pero más allá de la intervención de emergencia, se necesita educación emocional desde la infancia, formación docente obligatoria en detección de acoso, y protocolos que no sean letra muerta.

Los centros deben:

  • Tener planes de convivencia reales, no solo documentos burocráticos.
  • Realizar simulacros de actuación ante acoso.
  • Fomentar espacios seguros donde los alumnos puedan denunciar sin miedo.
  • Involucrar a las familias en la construcción de una cultura de respeto.

Conclusión: Que la muerte de Sandra no sea en vano

Sandra Peña tenía 14 años. Tenía una sonrisa que iluminaba. Tenía derecho a crecer, a equivocarse, a enamorarse, a soñar. Pero alguien —o muchos— le robaron ese derecho con su indiferencia, su silencio, su negligencia.

Su muerte no debe ser solo una noticia más. Debe ser un punto de inflexión. Un grito colectivo que diga: ¡basta! Basta de mirar hacia otro lado. Basta de justificar el acoso como “juegos de niños”. Basta de proteger la imagen de un centro antes que la vida de un alumno.

La Junta de Andalucía, el colegio, las familias de las acosadoras, los profesores… todos tienen una parte de responsabilidad. Pero también todos tienen una oportunidad de reparar, de cambiar, de honrar la memoria de Sandra construyendo un sistema donde ninguna niña tenga que saltar de una azotea para que por fin la escuchen.

Mientras, en Sevilla, una ciudad que llora a una hija, una sobrina, una amiga, una hincha del Betis, queda una pregunta que resuena en cada esquina:
¿Cuántas Sandras más harán falta para que actuemos a tiempo?



El silencio cómplice de una sociedad distraída

LA OPINIÓN 

En los últimos años, las calles de Sevilla —y de toda España— se han llenado de voces. Miles de personas han salido a manifestarse con legítima indignación por causas globales, como la situación en Palestina, movilizadas por el dolor ajeno, la injusticia y el deseo de un mundo más justo. Esas movilizaciones, en muchos casos espontáneas y masivas, demuestran que la conciencia colectiva aún late.

Pero entonces uno se pregunta:
¿Dónde están esas mismas multitudes cuando el sufrimiento ocurre aquí, en casa?
¿Dónde están las pancartas, los hashtags virales, las concentraciones frente a un colegio, cuando una niña de 14 años se quita la vida porque no soportaba más el acoso de sus compañeras y la indiferencia de los adultos que debían protegerla?

El caso de Sandra no ha provocado una ola de protestas nacionales. No ha copado las portadas de los diarios durante semanas. No ha generado debates apasionados en tertulias ni movilizaciones masivas en redes. Y eso, más allá de la tristeza, debería avergonzarnos.

No se trata de oponer causas —todas las vidas importan, todas las injusticias duelen—, sino de reconocer una ceguera selectiva. Vivimos en una sociedad que se conmueve con lo lejano, pero que mira hacia otro lado ante el dolor cercano. Que exige justicia en otros continentes, pero tolera la negligencia en su propio sistema educativo. Que se indigna con los gobiernos extranjeros, pero calla cuando un colegio ignora dos denuncias formales de acoso.

Sandra no era una abstracción. Era una vecina. Una alumna. Una niña que caminaba por las mismas calles que nosotros, que estudiaba en un centro al que muchos llevan a sus hijos, que sufría en silencio mientras el mundo seguía su rutina, distraído por lo urgente, ignorando lo importante.

Esta no es una crítica a quienes defienden causas internacionales —es admirable su empatía global—, sino una llamada de atención sobre nuestra desconexión con lo local. Porque si no somos capaces de proteger a una adolescente en nuestro barrio, ¿de qué sirve nuestra indignación en otros escenarios?

La sociedad española —y especialmente la andaluza— está dormida. Aborregada por el ruido constante de las redes, por la inmediatez de las noticias, por la comodidad de la indignación a distancia. Pero el verdadero coraje no está en gritar contra lo lejano, sino en actuar frente a lo cercano. En exigir responsabilidades en el colegio de al lado. En enseñar a nuestros hijos a no ser espectadores del acoso. En no normalizar el sufrimiento de los “diferentes”.

Sandra merecía que su nombre resonara tanto como cualquier otro grito de justicia. 

Hasta que eso ocurra, seguiremos siendo cómplices de un sistema que sacrifica a los más vulnerables en nombre de la comodidad, la burocracia y el silencio.


Recursos de ayuda (visibles al final de cualquier publicación):

  • Línea 024 (gratuita y confidencial)
  • Teléfono de la Esperanza: 717 003 717
  • Fundación ANAR: 900 20 20 10
  • Asociación Barandilla: 911 385 385
  • Teléfono de Prevención del Suicidio: 900 925 555
  • Emergencias: 112

Si tú o alguien que conoces está pasando por una crisis, no estás solo. Hablar salva vidas.




Comentarios

  1. Y luego que salgan todos esos a protestar por conflictos de fuera, cuando en nuestro país estamos padeciendo estas desgracias.!!!

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  2. patetico como está el pueblo, que todavía no se da cuenta de como pasan de ellos hasta que por desgracia les toca vivirlo en sus carnes.

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