Sostenibilidad a costa del suelo: cuando la transición ecológica devora el hábitat que dice proteger
En los últimos años, la palabra *sostenibilidad* ha dejado de ser un ideal para convertirse en un sello oficial, un sello que, paradójicamente, a menudo se estampa sobre permisos de destrucción. El caso del macroproyecto fotovoltaico aprobado por el Gobierno en el corredor verde entre Torres de la Alameda y Villalbilla —más de **290 hectáreas** y **155.000 paneles solares**— no es una excepción. Es un síntoma.
Lo llaman “transición ecológica”. Pero los vecinos lo llaman, con crudeza y precisión, “la industrialización del suelo rústico”. Y tienen razón. Porque no se trata de instalar paneles en tejados, en naves abandonadas o en suelos ya contaminados. Se trata de arrasar un ecosistema funcional, vivo, conectado: **el pulmón verde del Henares**, un corredor biológico que une el Cerro del Viso con el Cerro de Zulema, y que durante décadas ha servido como refugio para la fauna local, espacio de recreo para las comunidades vecinas y barrera natural contra la expansión urbana descontrolada.
Este no es un terreno baldío. Es un hábitat sano. Y eso, en la lógica actual de la planificación energética, parece ser su mayor condena.
La paradoja de la Agenda 2030
La Agenda 2030, en su Objetivo 15, establece claramente: *“Proteger, recuperar y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres”*. Pero mientras se invoca ese compromiso internacional, se autorizan proyectos que **fragmentan corredores ecológicos**, eliminan cobertura vegetal nativa y sellan suelos fértiles bajo capas de aluminio, silicio y hormigón.
¿Dónde está la coherencia?
¿Cómo puede un proyecto que destruye un ecosistema existente ser considerado “verde”?
La respuesta, incómoda pero clara, es que la transición energética se está midiendo en megavatios, no en biodiversidad. Se prioriza la velocidad de despliegue sobre la inteligencia del emplazamiento. Y así, lo que debía ser una solución se convierte en un nuevo problema: una falsa dicotomía entre energía limpia y naturaleza intacta, como si no pudieran coexistir.
No es anti-renovables. Es pro-planificación
Es crucial subrayarlo: la oposición no es a las energías renovables, sino a su implementación ciega. Los vecinos no rechazan la luz solar; rechazan que se les imponga una planta industrial en medio de un espacio que usan para caminar, respirar y conectar con lo que queda de campo cerca de la ciudad.
Existen alternativas.
Naves industriales con techos sin aprovechar.
Suelos degradados por antiguas actividades extractivas.
Zonas ya artificializadas, donde el impacto ecológico sería mínimo o nulo.
Pero esas opciones requieren más coordinación, más ingenio y menos especulación. Y, sobre todo, exigen que la transición ecológica deje de ser un negocio inmobiliario disfrazado de ecologismo.
El peligro del “efecto isla de calor” y la pérdida silenciosa
Más allá del paisaje, hay riesgos concretos:
- La posible generación de una isla de calor local, al sustituir vegetación por superficies reflectantes y calientes.
- La pérdida de especies que dependen de ese corredor para moverse, alimentarse o reproducirse.
- La devaluación del entorno humano, con viviendas cercanas rodeadas por una infraestructura industrial que nadie pidió.
Y todo ello, bajo el paraguas de una política que, en teoría, debería proteger justamente lo contrario.
Conclusión: ¿Transición… o traslación?
Lo que está ocurriendo en el valle del Henares no es un caso aislado. Es un patrón que se repite en Andalucía, en Extremadura, en Castilla-La Mancha: grandes extensiones de campo convertidas en “granjas solares”, mientras los tejados urbanos siguen sin paneles y los suelos contaminados esperan décadas por una rehabilitación que nunca llega.
Si la transición ecológica se hace "a costa de la biodiversidad", no estamos avanzando. Estamos trasladando el daño.
Y un planeta con más paneles pero menos vida no es más sostenible. Solo está más vacío.
El verdadero pulmón verde no es el que se anuncia en los folletos institucionales.Es el que aún late bajo nuestros pies, entre encinas, conejos y senderos olvidados.
Y merece, al menos, que lo pensemos dos veces antes de sellarlo para siempre.

Comentarios
Publicar un comentario